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De Merlo y sus alrededores tengo los mejores recuerdos. Es un lugar soñado, un verdadero paraíso. Durante toda mi secundaria, con Maxi (mi mejor amigo) nos hicimos alrededor de 10 escapadas al campito que sus abuelos tenían allí. Nos tomábamos el primer Chevallier que saliera desde Retiro que nos dejaba en la terminal de ómnibus de Merlo (la vieja, a dos cuadras de la plaza) a la mañana siguiente, luego de hacer paradas en los interminables pueblos del Valle del Conlara, Concarán entre ellos. En realidad la casa quedaba tres kilómetros al norte de Merlo, cruzando el arroyo Piedras Blancas. Y para ser justos, estaba en tierras cordobesas ya que el arroyo es precisamente el que marca el límite norte de la provincia de San Luis.Los viajecitos fueron de distinta duración y en diferentes épocas del año. Así estuve en invierno y llegué a ver las Sierras de los Comechingones nevadas, en las épocas de lluvias cuando los arroyos traen tanta agua desde las sierras que llegan a rebalsar, en primavera cuando el clima es increíble y los paisajes parecen extraídos de un óleo, y también en verano (las más de las veces por las vacaciones escolares) cuando dábamos rienda suelta a nuestro incontenible espíritu explorador. El verano era, sin duda, nuestra época preferida.Esta es un tierra que da para eso, para ser descubierta, para internarse en sus valles serranos, bañarse en sus arroyos, respirar su aire, contemplar sus cascadas. Y si de cascadas se trata, me acuerdo la vez que fuimos a la imponente cascada del Tabasquillo, tras tres horas de dura ascensión en la sierra. Se llega a una olla bastante profunda y redonda, muy recomendable. Un recuerdo imborrable también tiene en mi memoria la ocasión en la que a un tío de Maxi, el Tano, se le ocurrió llevarnos sierra adentro, “para arriba nomás, a ver hasta donde llegamos”. Escalamos toda la mañana y parte de la tarde hasta que no pudimos seguir más, abatidos por la inclinación del terreno y la mala provisión de alimentos. Llegamos tan alto, a una piedra inmensa que luego nos serviría como referencia para saber nuestra ubicación exacta (tres cuartas partes de las bellísimas Sierrras de los Comechingones), que logramos observar una madre cóndor sobrevolando su nido habitado por dos pichones, feos ellos con sus cabezas angulosas y chillidos agudos. La bajada fue, lógicamente, mucho más rápida, pero también mucho más peligrosa. Hay que tener gran respeto por las montañas y nunca subestimarlas. También recuerdo los baños que solíamos darnos en Pasos Malos, cuando el camino de acceso era todavía de tierra. Incluso llegamos a ir un vez a caballo, fueron como nueve kilómetros bajo un sol de febrero que no daba tregua. A caballo también recorrimos los pagos repartiendo en una ocasión las invitaciones para el cumpleaños número 80 del Cholo, el abuelo de Maxi. Eran tres matungos locos mal alimentados, criados en corrales llenos de espinillos y tosca, pero muy queribles. Toda la zona de Merlo es excelente para recorrerla a caballo también.No falto la oportunidad en la que intentamos, infructuosamente, una noche entrar al casino “Tres Venados” (creo que se llamaba) sobre la avenida costanera. Los lomitos completos en los boliches de la plaza eran infaltables los domingos después de misa (en esa época todavía creía en eso) y tal vez algún que otro fichín con la gente del lugar. Pero nosotros éramos más de estar en contacto con la naturaleza, recorriendo todo el día, ayudando a armar algún corral, controlando el agua de la vertiente, recogiendo algunas almendras. Así pasaron los años y las experiencias, que son muchas y entrañables, y una etapa en mi vida que no olvidaré jamás, gracias a Maxi y gracias a Merlo. Andrés Torres Carbonell 1991-1996mail: patc1978@yahoo.com