Sorpresas que nos depara el Calafate escondido
Lagunas inexploradas, trekkings hasta glaciares recónditos, paredes de hielo vistas desde lugares inéditos, safaris que nos ponen frente a frente con fósiles marinos son algunas de las propuestas para quienes no se conformen con el folleto de la agencia de viajes
Las excursiones parten de la estancia Nibepo Aike, ubicada dentro del Parque Nacional Los Glaciares.Una de las propuestas es una travesía a caballo, ideal para quienes tienen algo de experiencia sobre una montura porque hay pendientes con cierta complejidad. Consejo: antes de llenar las alforjas guarde todo en bolsas plásticas para que la transpiración del caballo no moje la ropa. La amplitud térmica es importante y durante el día puede hacer bastante calor.
Se sube en zigzag el Cordón Cristales, unos cerros que de lejos se ven bien verdes y están detrás de la estancia. Avanzamos hasta un bosque de lengas conocido por los locales como El Abra. Desde allí tenemos una vista preciosa del lago Frías, de la Laguna 3 de abril y de los tres glaciares escondidos que luego visitaremos yendo hasta el pie del hielo. La travesía continúa con la cabalgata por una pampa hacia otro bosque, que es la zona de veranada de las vacas de la estancia. Seguimos hasta el puesto La Rosada, una posada muy sencilla donde almorzamos una vianda.
Por la tarde, el paseo a caballo es hasta el hito 63, que marca el paso Zamora, en el límite con Chile. Foto en el monolito metálico que tiene el nombre de cada país de un lado y del otro, vuelta. Pasamos la noche en las bolsas de dormir, en el puesto.
El segundo día también es bien activo. Valle, bosque, río, pampa, todo a caballo. Bajamos hasta el cañadón del río Cachorro. Lo recorremos y lo remontamos hasta los corrales y continuamos, esta vez hasta el puesto de la laguna 3 de abril. Los que no sean fanáticos de cabalgar, a predisponerse mentalmente porque el esfuerzo tiene premio instantáneo: hay permiso para algún galope, hay brisa en la cara, hay energía que nos llena.
En el tercer día de expedición, desde el puesto de la Laguna hay que caminar unos 20 minutos a campo traviesa para llegar al lugar donde nos buscará una lancha. La espera es activa: uno se la pasa tratando de desembarazarse de los millones de abrojos que decidieron acompañarnos. Las polainas son muy útiles para proteger las pantorrillas de los pinches y se aprende que nunca se deben usar calzas o joggings de algodón. Mejor bombachas de campo, porque los abrojos se adhieren menos a la gabardina.
Desde la lancha Guardaparque Fonzo, mientras se recorre el brazo sur del lago Argentino, se ven en las orillas manadas de guanacos. Una media hora de navegación precede a un trekking corto,2 km para ir, otro tanto al regreso, y a otro largo, 14 km en total, pero súper entretenido.
En los primeros dos kilómetros que separan la zona donde se desembarca del lago Frías, vemos guindos magallánicos (verdes todo el año) en las depresiones en las que hay agua. En el resto del terreno aparecen niñes y lengas que se van achaparrando a medida que subimos.
En estos pastizales los caballos no están permitidos, pero sí es posible cruzarse con un bagual, algún ejemplar salvaje de ganado. Hay piedras, desniveles, cuestas. Nada que no pueda sortearse dando pasos cortos, atentos. Y cuando se baja, hay que tomar la precaución de flexionar las rodillas, mantener la espalda recta y hacerlo de frente, no de costado, para que haya menos riesgo de un esguince. Bosque mediante se llega a un mirador natural del lago Frías, que lleva el nombre del glaciar que cubría toda el área hace miles y miles de años.
Una vez en la playita del lago, nos ponemos los chalecos salvavidas y subimos a los gomones. Atravesamos el Frías en poco menos de media hora y empezamos la segunda caminata. En estos 7 km recorremos al principio una zona con acantilados y cascaditas a nuestra izquierda, y cumbres nevadas a la derecha.
Es interesante prestar atención al suelo. Después de esos manchones verdes, con algunos pastos y arbustos, el piso se ablanda. Empieza una zona de dunas que provienen de sedimento glaciario. Es una arena gris con la que se hacen cremas exfoliantes. El paisaje tiene algo de superficie lunar.
En esta caminata se valora el calzado apto trekking y no haberse olvidado el gorro. No hay sombra alguna. Tampoco hay fauna. Lo único que aparece son tábanos, y traen consigo la desilusión: son inmunes al repelente.
Después de la arena gruesa, es hora de caminar sobre rocas. Caminamos, improvisando un sendero inexistente por sobre las piedras, hasta el mirador natural de los glaciares Grande, Gorra y Dickson. Es como un anfiteatro gigantesco que se necesita mirar por tramos porque es imposible abarcar tanta inmensidad. A falta de botes, al pie del Grande, una gran laguna alberga témpanos que se mueven y rozan cual autitos chocadores. De vez en cuando se oye un trueno, que no es otra cosa que un rompimiento, y se ve enseguida la avalancha, una nube blanca que a lo lejos arrastra los bloques de hielo, llamados seracs, por las laderas.
La vista desde los pies de los Glaciares Escondidos es tan amplia y tan única que no cuesta imaginar que hace años y años eran una sola pared helada, el glaciar Frías.
Regresamos. En el cuarto día de travesía vemos al Moreno, desde otro ángulo. El campo de hielo del Perito Moreno está en equilibrio, los desmoronamientos se compensan con lo que gana año tras año gracias a su forma de embudo. Mucha carga, poca pérdida. Otros glaciares caen en forma más recta y por lo tanto achican su masa. El Pío XI, en Chile, y unos cuatro o cinco más son los únicos que crecen sobre un total de unos 300 glaciares patagónicos.
Desde hace tres años hay otra forma de admirarlo, ideal para los que no quieren las atiborradas pasarelas. El acceso al Mirador del Glaciar Sur es un paseo exclusivo ya que Parques Nacionales permite solo 15 visitantes por día.
Desde la estancia Nibepo Aike parte una combi que lleva a los viajeros hasta cercanías del embarcadero donde se aborda una lancha. Se recorre el brazo Sur y luego el Rico del lago Argentino. Tras media hora de navegación se desembarca en la Playa de las Monedas, llamada así porque está sembrada de piedras chatas que convierten a esa arena en el Maracaná del Campeonato Mundial de Patito.
Hay unos cinco mil ejemplares de la quinta generación de baguales, toros, vacas y caballos salvajes, en el Parque Nacional Los Glaciares.
Retomamos la caminata y de pronto el paisaje se abre, el suelo pierde verde y se puebla de piedras. De frente, unos cien metros de superficie rocosa, el lago y más allá la pared sur del glaciar. Dos kilómetros lineales de los que se desprenden bloquecitos de hielo que flotan hasta nuestras manos en un agua blancuzca, producto de los sedimentos glaciarios. En la zona caen 7 metros de nieve al año. Esa es la fábrica de hielo para el glaciar, que pertenece a los que técnicamente son conocidos como de Calvin, así se llama a los que tocan con sus frentes el agua.
El Perito Moreno tiene un avance al día de hasta 1,5 metros. Sin pérdida ya estaría en el centro de El Calafate.